Si la serie de televisión de Sex and the City fue un programa que se esmeró por presentar las andanzas de cuatro exitosas, profesionales e inteligentes mujeres que viven en Nueva York, la película Sex and the City 2 es su malvada hermana gemela.
Muy poco queda de aquellas chicas que con mucha perseverancia, lágrimas, amores y desamores se dieron a respetar y triunfaron en sus respectivas vidas. Lo que vemos en esta terrible secuela no son más que meras caricaturas estereotipadas de las famosas niuyorquinas cosmopolitas, entes huecos y superficiales que no se asemejan en lo absoluto a los personajes que tantas personas admiran.
Pero espere. Deténgase. Antes de que empiece a redactarle un e-mail a este servidor, tildándolo de machista, misógino o algún otro epíteto semejante, sepa que quien escribe esta reseña no sólo fue un fiel seguidor de la serie que se transmitió durante seis años por HBO (y no porque mi pareja me forzara a verla), sino que además fue uno de los que defendió el primer –aunque innecesario- filme. Conozco todo el cuento, quedé satisfecho con su conclusión televisiva y ahora me apena ver como “Carrie”, “Samantha”, “Miranda” y “Charlotte” se apartan tanto de la realidad y de la esencia de sus papeles.
El problema principal del filme se hace evidente desde el principio: el exceso, pecado cardinal de la gran mayoría de las secuelas. Las cuatro mujeres asisten a la extravagante boda de dos de sus amigos homosexuales. La ceremonia parece un estrambótico musical de Broadway y se torna aún más ridículo cuando Liza Minnelli aparece en tarima para casar a la feliz pareja y luego interpretar un éxito de Beyoncé. La escena sirve para sentar el patrón para lo que será el resto del largometraje: una burda parodia de lo que fue la serie.
Por un momento, parecería que la trama se concentraría en los dilemas que actualmente afectan a las protagonistas: los miedos de “Carrie” (Sarah Jessica Parker) de que su matrimonio se ponga monótono; las dificultades que enfrenta “Charlotte” (Kristin Davis) como madre dos niñas; los conflictos laborales de “Miranda” (Cynthia Nixon) con un jefe que no la respeta: y la ardua lucha de “Samantha” para retrasar los efectos de la menopausia.
Pero no. En lugar de que las mujeres enfrenten los problemas con la madurez que se espera de sus edades, el director y guionista Michael Patrick King prefiere que se olviden de ellos y las coloca en un viaje de fantasía a un exclusivo hotel en Abu Dhabi. Es como Revenge of the Nerds II: Nerds in Paradise, pero con niuyorquinas adineradas. Habitaciones de $22,000 la noche, mayordomos personales, lujosos autos para cada una de ellas, más cambios de vestuario que los que son humanamente posibles en un día… como dije, excesos.
Al estar tan distantes de la realidad -e insertadas en una bastante paradisiaca, con la que sólo un ínfimo porcentaje de la audiencia se podría identificar- lo único que nos queda al resto de los plebeyos es buscan un vínculo con los personajes, pero no lo hay. Los problemas se quedaron atrás en Nueva York, Abu Dhabi es para fiestear, beber, tomar el sol, ir de compras, recibir masajes, montar a camello por el desierto y todo tipo de frívola banalidad que se les pueda ocurrir.
Muy poco queda de aquellas chicas que con mucha perseverancia, lágrimas, amores y desamores se dieron a respetar y triunfaron en sus respectivas vidas. Lo que vemos en esta terrible secuela no son más que meras caricaturas estereotipadas de las famosas niuyorquinas cosmopolitas, entes huecos y superficiales que no se asemejan en lo absoluto a los personajes que tantas personas admiran.
Pero espere. Deténgase. Antes de que empiece a redactarle un e-mail a este servidor, tildándolo de machista, misógino o algún otro epíteto semejante, sepa que quien escribe esta reseña no sólo fue un fiel seguidor de la serie que se transmitió durante seis años por HBO (y no porque mi pareja me forzara a verla), sino que además fue uno de los que defendió el primer –aunque innecesario- filme. Conozco todo el cuento, quedé satisfecho con su conclusión televisiva y ahora me apena ver como “Carrie”, “Samantha”, “Miranda” y “Charlotte” se apartan tanto de la realidad y de la esencia de sus papeles.
El problema principal del filme se hace evidente desde el principio: el exceso, pecado cardinal de la gran mayoría de las secuelas. Las cuatro mujeres asisten a la extravagante boda de dos de sus amigos homosexuales. La ceremonia parece un estrambótico musical de Broadway y se torna aún más ridículo cuando Liza Minnelli aparece en tarima para casar a la feliz pareja y luego interpretar un éxito de Beyoncé. La escena sirve para sentar el patrón para lo que será el resto del largometraje: una burda parodia de lo que fue la serie.
Por un momento, parecería que la trama se concentraría en los dilemas que actualmente afectan a las protagonistas: los miedos de “Carrie” (Sarah Jessica Parker) de que su matrimonio se ponga monótono; las dificultades que enfrenta “Charlotte” (Kristin Davis) como madre dos niñas; los conflictos laborales de “Miranda” (Cynthia Nixon) con un jefe que no la respeta: y la ardua lucha de “Samantha” para retrasar los efectos de la menopausia.
Pero no. En lugar de que las mujeres enfrenten los problemas con la madurez que se espera de sus edades, el director y guionista Michael Patrick King prefiere que se olviden de ellos y las coloca en un viaje de fantasía a un exclusivo hotel en Abu Dhabi. Es como Revenge of the Nerds II: Nerds in Paradise, pero con niuyorquinas adineradas. Habitaciones de $22,000 la noche, mayordomos personales, lujosos autos para cada una de ellas, más cambios de vestuario que los que son humanamente posibles en un día… como dije, excesos.
Al estar tan distantes de la realidad -e insertadas en una bastante paradisiaca, con la que sólo un ínfimo porcentaje de la audiencia se podría identificar- lo único que nos queda al resto de los plebeyos es buscan un vínculo con los personajes, pero no lo hay. Los problemas se quedaron atrás en Nueva York, Abu Dhabi es para fiestear, beber, tomar el sol, ir de compras, recibir masajes, montar a camello por el desierto y todo tipo de frívola banalidad que se les pueda ocurrir.