¿Qué les dicen las muchachas a los pretendientes demasiado insistentes a los que querrían espantar como mosquitos?
Yo no sé a ustedes, pero a mí, a lo largo de mi extensa carrera, me han dicho de todo.
Como Alexis Valdés, casi puedo decir “se los presento en verso”.
Empiezo por el repudio más común: “Agradezco tu interés, pero acabo de terminar una relación y ahora mismo quiero estar sola por un tiempo”.
¿Mi respuesta? Dejarle un tarjetita de presentación con mi teléfono y mi E-mail, para cuando se le acaben esos deseos de soledad.
Otro repudio bastante común, que por lo menos he escuchado un par de veces: “No sé qué te puede interesar de mí, si en realidad yo no valgo la pena”.
Naturalmente, las chicas que por lo regular pronuncian esto lo hacen riéndose a mandíbula batiente, porque, por lo menos en lo físico, están conscientes de que en cualquier momento las pueden llamar de Victoria’s Secret.
En fin, son unas adictas a los elogios y sólo están buscando que su aspirante a pretendiente les repita lo que de seguro ya han oído en infinidad de ocasiones: “Pero si tú eres bella, hermosa, una diosa, tienes piernas tan largas como las mangueras de los camiones de bomberos”, etcétera, etcétera.
A lo que una de ellas me respondió en una ocasión: “Sí, sí, pero no soy perfecta. ¿No te has fijado? Uno de mis senos es un poquito más grande que el otro”.
Le respondí, claro está, que no estaba al tanto de ese detalle, pero que de immediato me suplía de voluntario para hacer todas las mediciones que hicieran falta.
Hace unos años, una damisela a la que estuve sometiendo durante cierto tiempo a la deliciosa tortura de mi insistente persecución romántica con frecuentes regalitos e invitaciones a comer o a ir al cine, un día no pudo más y me dijo algo que más o menos iba así: “¿Tú no sabes que ‘no’ es ‘no’? ¿De qué manera te lo voy a decir? Para que me entiendas de una vez y por todas: estoy saliendo con otro hombre”.
Lo pensé unos segundos.
“Háblame claro”, dije. “De verdad, de verdad... ¿entonces tú crees que no tengo chance?”
“Menos que cero”.
“Ah, entonces hay esperanzas”, repliqué. “No soy impaciente. Estoy dispuesto a esperar”.
Por tacto, me abstuve de preguntarle si no conocía a una amiga bonita con la que pudiera empatarme mientras yo esperaba a que ella se desocupara por completo.
Quien botó la bola fue un amigo mío cuando una muchacha le dijo que no quería tener una relación seria en esos momentos.
“¿Seria? ¿Quien quiere una relación seria?” respondió él con incredulidad.
“Yo lo que quiero es un gufeo, un relajo... en fin, no necesariamente algo que dure demasiado ni que sea demasiado profundo. Te voy a ser franco: si lo que tú quieres es algo así, yo soy el tipo ideal para ti, chica. Y por lo que veo de ti, eres la chica ideal para tener una relación así conmigo”.
Hasta el sol de hoy mi amigo no se explica el porqué del sonoro bofetón con el que ella le premió la ocurrencia.
Yo no sé a ustedes, pero a mí, a lo largo de mi extensa carrera, me han dicho de todo.
Como Alexis Valdés, casi puedo decir “se los presento en verso”.
Empiezo por el repudio más común: “Agradezco tu interés, pero acabo de terminar una relación y ahora mismo quiero estar sola por un tiempo”.
¿Mi respuesta? Dejarle un tarjetita de presentación con mi teléfono y mi E-mail, para cuando se le acaben esos deseos de soledad.
Otro repudio bastante común, que por lo menos he escuchado un par de veces: “No sé qué te puede interesar de mí, si en realidad yo no valgo la pena”.
Naturalmente, las chicas que por lo regular pronuncian esto lo hacen riéndose a mandíbula batiente, porque, por lo menos en lo físico, están conscientes de que en cualquier momento las pueden llamar de Victoria’s Secret.
En fin, son unas adictas a los elogios y sólo están buscando que su aspirante a pretendiente les repita lo que de seguro ya han oído en infinidad de ocasiones: “Pero si tú eres bella, hermosa, una diosa, tienes piernas tan largas como las mangueras de los camiones de bomberos”, etcétera, etcétera.
A lo que una de ellas me respondió en una ocasión: “Sí, sí, pero no soy perfecta. ¿No te has fijado? Uno de mis senos es un poquito más grande que el otro”.
Le respondí, claro está, que no estaba al tanto de ese detalle, pero que de immediato me suplía de voluntario para hacer todas las mediciones que hicieran falta.
Hace unos años, una damisela a la que estuve sometiendo durante cierto tiempo a la deliciosa tortura de mi insistente persecución romántica con frecuentes regalitos e invitaciones a comer o a ir al cine, un día no pudo más y me dijo algo que más o menos iba así: “¿Tú no sabes que ‘no’ es ‘no’? ¿De qué manera te lo voy a decir? Para que me entiendas de una vez y por todas: estoy saliendo con otro hombre”.
Lo pensé unos segundos.
“Háblame claro”, dije. “De verdad, de verdad... ¿entonces tú crees que no tengo chance?”
“Menos que cero”.
“Ah, entonces hay esperanzas”, repliqué. “No soy impaciente. Estoy dispuesto a esperar”.
Por tacto, me abstuve de preguntarle si no conocía a una amiga bonita con la que pudiera empatarme mientras yo esperaba a que ella se desocupara por completo.
Quien botó la bola fue un amigo mío cuando una muchacha le dijo que no quería tener una relación seria en esos momentos.
“¿Seria? ¿Quien quiere una relación seria?” respondió él con incredulidad.
“Yo lo que quiero es un gufeo, un relajo... en fin, no necesariamente algo que dure demasiado ni que sea demasiado profundo. Te voy a ser franco: si lo que tú quieres es algo así, yo soy el tipo ideal para ti, chica. Y por lo que veo de ti, eres la chica ideal para tener una relación así conmigo”.
Hasta el sol de hoy mi amigo no se explica el porqué del sonoro bofetón con el que ella le premió la ocurrencia.