En el caserío El Potreros, de La Cañada de Urdaneta, no saben por qué Luis Oquendo (45) se abalanzó sobre Nicomedes Fernández (25) y le dio dos puñaladas en la espalda con un cuchillo de carnicero. Sus residentes tampoco se lo preguntaron cuando lo tenían sobre el piso. Solo lo golpearon con palos y piedras y, moribundo, lo bañaron con gasolina. Quedaron sus restos calcinados en la calle abandonada.
El Potrero es una comunidad sin asfalto ni otros servicios públicos que está a menos de dos kilómetros del terminal de La Concepción, justo en la entrada de La Cañada. En sus alrededores hay dos puestos de vigilancia, uno de ellos fijo en una garita policial. Sus residentes, marginados y con visibles signos de pobreza extrema, se mueven en motocicletas alrededor del barrio. Solo dependen de ellos mismos, la comunidad, que se ayuda entre sí como única defensa al aislamiento al que están sometidos.
Ledy estaba con su hermano, Nicomedes, en la entrada de su casa. También estaba la esposa de él y su hijastro de 15 años cuando, como todos los días, pasó un motorizado con un acompañante frente a la cerca de alambre de púas. Eran las 6.40 de la tarde del domingo, ya oscurecía, cuando el parrillero le preguntó a los cuatro si sabían dónde vivía el "Menor". Todos se encogieron de hombros y respondieron que no lo conocían, que había muchos "menores" en el barrio. Nicomedes volteó para entrar a su casa y le dio la espalda al parrillero, Luis Oquendo. La mujer vio cuando este corrió con el cuchillo en la mano y lo enterró en el centro de la espalda de Nicomedes.
El herido aún tuvo fuerzas para voltear, confirmar que fue agredido y dar media vuelta para correr. Dio unos pasos mientras Ledy gritaba a todo pulmón que estaban matando a su hermano. El asesino sacó el cuchillo, lo balanceó de nuevo en el viento y otra vez desapareció la hoja de metal entre las costillas de Nicomedes. Cuando el muchacho cayó, ya muerto, el criminal aseguró su deceso y volteó la vista, buscando con los ojos al motorizado que lo había llevado y que, sin explicación, ya estaba a muchos metros de distancia. Lo abandonó en la escena del crimen.
Oquendo supo el motivo que tuvo su cómplice apara escapar tras girar su rostro a la derecha. Al menos 20 los hombres, entre 12 y 40 años, salieron de sus casas para defender a su vecino. El homicida corrió en dirección a un potrero sin luces. Ya había recorrido unos 200 metros cuando uno de los muchachos lo venció y lanzó al suelo. No pudo escapar.
Muerto
En El Potrero todos se convirtieron en asesinos. Nadie delata a ninguno y todos dicen no saber quién participó. Tampoco dan muchos detalles de la arremetida y uno que otro osado reconoció que a Oquendo lo quemaron vivo. Cuando ya estaba en el piso, lejos del cadáver del hermano de Ledy, lo golpearon y patearon con piedras y palos. Antes de morir ya no tenía dientes, ya no abría bien un ojo y se quejaba del dolor en un brazo. Tampoco respiraba bien y no opuso resistencia cuando lo bañaron con gasolina.
Luego ardió en el medio de la vía. Eran ya las 7.30 de la noche, casi una hora después del primer asesinato y aún no se veían las sirenas de alguna patrulla. Quienes lo lincharon tuvieron tiempo de tomar la justicia por sus manos y convertirla en crimen. Mientras tanto, en casa de Nicomedes levantaron el cuerpo de la arena y lo dejaron en un chinchorro, justo en la enrramada. Lo cubrieron con una sábana y todos sus familiares se sentaron alrededor, como si se tratara de una primitiva urna colgante. Unas horas después debieron dejar un recipiente bajo el chinchorro, para que la sangre que chorreaba de sus hilos no recorriera el suelo.
Ledy se cansó a las 7.00 de la mañana. La calle parecía una feria: gente y motorizados en toda la vía, rumores en las esquinas, llanto en su casa y un cadáver calcinado lejos del grupo de viviendas. La Policía nunca llegó, así que fue a buscarla. Y fue así cuando llegaron los oficiales, apurados tratando de cuidar la escena del crimen, para no perder ninguna evidencia. Dos horas después, sin apuro alguno, llegó la comisión de la Policía científica que está en San Francisco. Los familiares de Oquendo nunca llegaron.
Fuente: La Verdad
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El Potrero es una comunidad sin asfalto ni otros servicios públicos que está a menos de dos kilómetros del terminal de La Concepción, justo en la entrada de La Cañada. En sus alrededores hay dos puestos de vigilancia, uno de ellos fijo en una garita policial. Sus residentes, marginados y con visibles signos de pobreza extrema, se mueven en motocicletas alrededor del barrio. Solo dependen de ellos mismos, la comunidad, que se ayuda entre sí como única defensa al aislamiento al que están sometidos.
Ledy estaba con su hermano, Nicomedes, en la entrada de su casa. También estaba la esposa de él y su hijastro de 15 años cuando, como todos los días, pasó un motorizado con un acompañante frente a la cerca de alambre de púas. Eran las 6.40 de la tarde del domingo, ya oscurecía, cuando el parrillero le preguntó a los cuatro si sabían dónde vivía el "Menor". Todos se encogieron de hombros y respondieron que no lo conocían, que había muchos "menores" en el barrio. Nicomedes volteó para entrar a su casa y le dio la espalda al parrillero, Luis Oquendo. La mujer vio cuando este corrió con el cuchillo en la mano y lo enterró en el centro de la espalda de Nicomedes.
El herido aún tuvo fuerzas para voltear, confirmar que fue agredido y dar media vuelta para correr. Dio unos pasos mientras Ledy gritaba a todo pulmón que estaban matando a su hermano. El asesino sacó el cuchillo, lo balanceó de nuevo en el viento y otra vez desapareció la hoja de metal entre las costillas de Nicomedes. Cuando el muchacho cayó, ya muerto, el criminal aseguró su deceso y volteó la vista, buscando con los ojos al motorizado que lo había llevado y que, sin explicación, ya estaba a muchos metros de distancia. Lo abandonó en la escena del crimen.
Oquendo supo el motivo que tuvo su cómplice apara escapar tras girar su rostro a la derecha. Al menos 20 los hombres, entre 12 y 40 años, salieron de sus casas para defender a su vecino. El homicida corrió en dirección a un potrero sin luces. Ya había recorrido unos 200 metros cuando uno de los muchachos lo venció y lanzó al suelo. No pudo escapar.
Muerto
En El Potrero todos se convirtieron en asesinos. Nadie delata a ninguno y todos dicen no saber quién participó. Tampoco dan muchos detalles de la arremetida y uno que otro osado reconoció que a Oquendo lo quemaron vivo. Cuando ya estaba en el piso, lejos del cadáver del hermano de Ledy, lo golpearon y patearon con piedras y palos. Antes de morir ya no tenía dientes, ya no abría bien un ojo y se quejaba del dolor en un brazo. Tampoco respiraba bien y no opuso resistencia cuando lo bañaron con gasolina.
Luego ardió en el medio de la vía. Eran ya las 7.30 de la noche, casi una hora después del primer asesinato y aún no se veían las sirenas de alguna patrulla. Quienes lo lincharon tuvieron tiempo de tomar la justicia por sus manos y convertirla en crimen. Mientras tanto, en casa de Nicomedes levantaron el cuerpo de la arena y lo dejaron en un chinchorro, justo en la enrramada. Lo cubrieron con una sábana y todos sus familiares se sentaron alrededor, como si se tratara de una primitiva urna colgante. Unas horas después debieron dejar un recipiente bajo el chinchorro, para que la sangre que chorreaba de sus hilos no recorriera el suelo.
Ledy se cansó a las 7.00 de la mañana. La calle parecía una feria: gente y motorizados en toda la vía, rumores en las esquinas, llanto en su casa y un cadáver calcinado lejos del grupo de viviendas. La Policía nunca llegó, así que fue a buscarla. Y fue así cuando llegaron los oficiales, apurados tratando de cuidar la escena del crimen, para no perder ninguna evidencia. Dos horas después, sin apuro alguno, llegó la comisión de la Policía científica que está en San Francisco. Los familiares de Oquendo nunca llegaron.
Fuente: La Verdad
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